viernes, 14 de noviembre de 2014

Los hombres de la quinta monarquía


Entre el gran número de sectas y movimientos heterodoxos que tomaron cuerpo al calor de la Revolución Inglesa (como los ranters, cavadores, cuáqueros, grindletonistas...) se encuentra un grupo conocido como quintomonarquistas u hombres de la Quinta Monarquía (en inglés, fifth monarchists o Fifht Monarchy men). Este movimiento comparte con la mayoría de sectas religiosas de ese momento algunas de sus características, como el activismo militante de sus miembros y su carácter efímero (aunque esto último debe ser muy relativizado; si bien el auge de esta secta se corresponde con los años de la revolución inglesa, a mediados del siglo XVII, podemos seguirle el rastro hasta mucho después). Pero, ¿cuál era la característica fundamental de los hombres de la quinta monarquía? Sobre todo podemos citar su carácter eminentemente milenarista. No decimos, ni mucho menos, que el milenarismo fuera patrimonio exclusivo de los quintomonarquistas. Como ya se ha dicho en clase, el milenarismo no era, ni mucho menos, un elemento ajeno a la mentalidad de los hombres de la Edad Moderna (un antecedente lo tenemos en el joaquinismo medieval) y era una idea que, sin duda, flotaba en el ambiente en aquel mundo trastornado que era la Inglaterra revolucionaria del siglo XVII. Pero fueron los hombres de la quinta monarquía, entre todos esos grupúsculos religiosos, donde esa idea milenarista va a ser, si se me permite decirlo así, llevada a la máxima expresión. Esto se puede observar en su propio nombre, pues el concepto de quinta monarquía ya aparece en la Biblia, dentro de los libros proféticos del Antiguo testamento, en concreto en el libro de Daniel. Veamos, pues, la referencia en el libro sagrado: 


(…) Después de ti surgirá otro imperio, inferior al tuyo, y luego un tercer imperio, de bronce, que tendrá el dominio de toda la tierra. Y finalmente un cuarto imperio, que será fuerte como el hierro; el hierro lo aplasta y pulveriza todo; así aquel aplastará y pulverizará a todos los otros (…) En los días de estos reyes el Dios del cielo hará surgir un imperio que jamás será destruido y cuya soberanía no pasará a otro pueblo. Pulverizará y aniquilará a todos estos imperios, mientras que él subsistirá eternamente (…) Daniel, 2, 39 – 44.

He aquí la referencia bíblica que sustentaba la creencia milenarista de los quintomonarquistas. A petición del rey babilonio Nabucodonosor, Daniel le explica un sueño suyo. El significado, el siguiente: Al imperio de Nabucodonosor (el Neobabilonio), le sucedería un segundo, y a este un tercero, y a este un cuarto; todos ellos precederán a un quinto, el reino de Dios, que será eterno. Esos tres imperios habían sido identificados con el persa, el macedonio y el romano. Y el quinto, el reino de Cristo, era inminente. Para ellos, la situación en la que estaba sumida Inglaterra evidenciaba el momento preapocalíptico en el que se vivía. Signos evidentes, como la ejecución del rey Carlos I de Inglaterra en 1649, de que se avecinaba una nueva era caracterizada por  la segunda venida de Cristo. Vamos a asistir de esta manera a una frenética y prolija actividad por parte de los quintomonarquistas, que van a emplear los nuevos cauces surgidos de la desmembración del orden político. Por ejemplo, el ambiente en el Nuevo Ejército Modelo y la profusa actividad en los círculos niveladores  favorecieron la creación de un caldo de cultivo que permitió la difusión y el arraigo de estas doctrinas. Como vemos, pues, los quintomonarquistas van a lanzarse con pasión, al igual que otros grupos, al río revuelto de las luchas políticas del momento. Dieron su apoyo a Oliver Cromwell, al que consideraban un instrumento de Dios para acabar con los realistas y los eclesiásticos (recordemos el fuerte carácter anticlerical de estas sectas radicales) y acabar con aquella sociedad corrupta, paso previo a la instauración de la Monarquía de Cristo.

 La posterior evolución de los acontecimientos, marcada por la disolución del Parlamento Barebone y la instauración del Protectorado por parte de Cromwell en 1653 supuso una ruptura, pues ello se tomó como una traición, al no cumplirse las demandas de transformación política, social y religiosa que estos grupos radicales demandaban. Por otro lado, la guerra aparece, como no podía ser de otra manera, como herramienta necesaria para cumplir el plan divino. Son normales las referencias a las guerras que arrasarán Europa, conflictos que culminarán con la caída de Roma. Ideas semejantes aparecerán con relación a la guerra anglo-holandesa de 1652. Caeríamos en una torpeza si interpretásemos esta secta disidente como un bloque monolítico y homogéneo. Como algo propio de su naturaleza constitutiva, en el seno de los quintomonarquistas aparecerán diversas interpretaciones y concepciones. Las personalidades individuales tienen, por otra parte, un papel fundamental. Citaremos algunos nombres, sin entrar en materia, pues daría lugar a una extensa monografía, y nuestro objetivo no es ese: Christopher Feake, Vavasor Powell,  John Simpson, Thomas Venner, o Thomas Harrison, entre otros. Individualidades todas ellas muy importantes que consiguieron hacerse un hueco en el amalgama de agitadores y predicadores que surgieron en este momento apasionante.